Este día teníamos visita de día completo a Kamakura.
La mayor parte del grupo se bajó en Kita-Kamakura, donde visitamos el primer
gran templo, Engaku-ji. Como es el primero la gente nueva alucina, y nos
tiramos una hora, a pesar de que yo iba arreando, diciendo a la gente que el
tiempo era limitado y quedaban bastantes templos para ver.
Una vez dadas las instrucciones pertinentes para que
pudieran seguir el itinerario por su cuenta, Juan Alfonso y yo seguimos una
ruta que hay por el monte. Nace desde un poquito más adelante que la estación
de Kita-Kamakura y va a morir al Daibutsu. Esta ruta llevaba yo varios años
queriendo hacerla, pero bien por una causa o por otra no había cuajado. La idea
que tenía yo era de un camino por el bosque en el que de vez en cuando había un
pequeño templo. La realidad se impuso, y resulto ser una senda estrecha y
embarrada en la que solamente había un templito a mitad de camino. Yo me quedé
contento por haberme sacado la espina que tenía de querer hacerlo, pero vamos,
no volveré por allí. Aun así no estuvo mal.
Como llegamos al Daibutsu con tiempo suficiente, aunque
ya estaban allí Víctor, Elena y Mauri, nos metimos en la tienda tradicional que
hay frente al templo. El resto del grupo pronto se nos unió. A pesar de que yo
pensaba que llegarían bastante tarde, por el ritmo que llevaban y lo que les
quedaba por ver cuando les dejamos, llegaron puntuales. Una vez hechas las
compras de rigor entramos al templo. Aquí, como prácticamente no hay nada más
que el gran buda, no nos demoramos mucho.
El siguiente templo, como suele ser habitual, fue el
Hasedera. El día estaba un poco frío, y además, al ser el viaje de este año tan
pronto por culpa de la Semana Santa, no había apenas flores. Eso hizo que el
templo no estuviera tan chulo como otras veces. Pero siempre merece la pena.
Al terminar nos acercamos en autobús a la estación
de tren, para comer en el mismo sitio de los últimos dos años, que hemos dado
en llamar… “La Señora”. Buen precio, buena comida, buena atención, la dueña se
acuerda de nosotros y nos saluda en español… qué más podemos pedir?
Todavía nos dio tiempo a dar un paseíllo por la
calle comercial, donde vimos como un milano robaba de la mano de una señora un
crêpe que se acaba de comprar.
De
vuelta a Tokyo yo me acerqué a la tienda de material de buceo, a comprar un par
de cosas. Ya en Ueno, de nuevo con el grupo, la mayor parte de la gente se decidió
por acercarse a un karaoke. Fue un regateo con el chico de la puerta que llevó
casi media hora, entre cuántos, cuánto tiempo, comida incluida, bebida incluida…
Al final pasamos un muy buen rato, amenizado por los chistes del Ru y las
canciones de Dani.
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