Hoy era el último día del viaje, y todavía nos
quedaba la tradicional visita al templo de los 47 ronin, así que para allá nos
dirigimos. Después de las ofrendas de incienso la mayor parte del grupo pasó al
museo. Rubén, Cristina y yo, que ya lo habíamos visto y no teníamos gran
interés, nos fuimos al Meiji Jingu, el que no pude ver el primer día con Aitor.
Es un sitio bastante famoso, pero que a mí personalmente no me acaba de
convencer. Pero como hacía bastante que no iba y no tenía un plan mejor me
pareció una buena opción.
Una vez concluida esta visita me separé de nuevo de
ellos, y ya solo me dirigí a Ameyoko a por las últimas compras pendientes (el
famoso SKII). Aproveché también para pasar por el templo de Marishiten que hay
allí mismo. No quedaba mucho tiempo, porque había quedado a la una en la
estación de Ueno para ir a entrenar de nuevo con Noguchi, así que pasé por el
hotel a cambiarme. Yo iba decidido, lo que pasa que el llegar a la estación me
encontré con un grupo grande que tenían el plan de ir a ver el parque de Ueno,
que yo tampoco había visto, así que cambié sobre la marcha y no fui a entrenar.
Primero comimos, al ser nuestra última comida en Japón, en un Kaiten Sushi, y
luego el paseo por el parque, donde algunos cerezos ya estaban empezando a
abrirse.
Todavía nos quedaba el último entrenamiento, así que
de nuevo a Noda, a disfrutar de la vitalidad del abuelo. Al terminar, de vuelta
en Ueno, ya tocaban las despedidas, por un lado con los que se quedaban, y por
otro lado con los que se iban, pero en otros vuelos. Lo celebramos cenando en
un Kaiten Sushi…