Este día, como tampoco había muchos planes, nos dimos media hora más
de margen para dormir. Tras hacer un par de trasbordos en tren y metro llegamos
a nuestro primer destino, Onarimon, la parada para ver la torre de Tokyo.
Primero atravesamos el templo Zojo-ji, el penúltimo que visitaríamos en nuestro
viaje. Bueno, si es que pasar a través del patio se puede llamar visitarlo. Ya
en la torre de Tokyo solamente Miguel Angel y el Ru se animaron a subir.
Realmente fueron los únicos que se animaron a pagar los 15€ que costaba subir.
Mientras el resto esperaba yo me acerqué de nuevo al templo para comprar unos
omamoris y dio la casualidad que empezaba una ceremonia en la que quemaban unos
muebles, asi que como tenía tiempo, me quedé a verla.
Una vez reunidos todos de nuevo nos acercamos, también haciendo un
trasbordo en metro, al Sengakuji, el templo de los 47 ronin. Allí están
enterrados y es curioso ver cómo hay bastante gente que sigue dejando el
incienso frente a sus tumbas. También compramos omamoris a un monje muy majete
que nos abrió la ventanilla para dárnoslos.
Luego nos acercamos a la isla artificial de Odaiba, donde llegamos a
través de la línea Yurikamome, que yo creía que era un tren monorraíl, pero lo
que realmente es es un tren no pilotado, va automático. Así que fuimos al
primer vagón poder ver la marcha a través del cristal frontal. Una vez en la
isla anduvimos haciendo fotos por la orilla, y comiendo en un centro comercial.
Había mesas en un espacio central y restaurantes alrededor, así que cada uno
escogió el restaurante que quiso y lo comimos todos juntos.
La pena fue que ese día inauguraron un gundam, un robot gigante allí
mismo, y no nos enteramos hasta más tarde, cuando volvimos al hotel. Nos
pasamos un buen rato a costa de Pque, ya que le obligamos a que nos dirigiera
él camino de vuelta. Verle dudar y estar sin mirar a las chavales durante más de
cinco minutos no tuvo precio… Allí volvimos para vestirnos de romanos y
acercarnos a Noda a entrenar con Noguchi. Bueno, siempre digo acercarnos a
Noda, pero se tarda hora y media en llegar… Pero mereció la pena porque el
entrenamiento fue una maravilla.
Ya de vuelta en Ueno, cenamos unos cuantos en un Yoshinoya y el resto
de supermercado. Con los días aprendí que a mí me merecía más la pena cenar
caliente y sentado que frío y de pie, ya que a veces, en el supermercado,
además de comprar porquerías, te gastabas más dinero que en el restaurante.
Y como la última noche iba a ser la del día siguiente pero estaríamos
atareados haciendo las maletas, nos acercamos a un bar en la zona de Ameyoko,
que estaba en un tercer piso de una casa, y que Juan Alfonso era uno de sus más
ilustres parroquianos. Tras tomar una cerveza, de vuelta al hotel. Cómo
echábamos de menos el onsen de Kyoto…
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