Otra
madrugada, para variar. Habíamos cogido el primer shinkansen para Tokio a las
siete menos veinte de la mañana ya que eran tres horas de trayecto y si no,
llegaríamos muy tarde. Una vez en Tokio, después de haber hecho el check in en
el hotel, nos acercamos a Asakusa, pasando por la calle Kappabashi, donde se
hacen las reproducciones en cera de los platos de comida que luego ponen en los
escaparates de los restaurantes. Cuando llegamos a Asakusa nos separamos, cada
uno por su cuenta, para que cada uno mirara lo que más le podía interesar.
Después de quedar todos juntos otra vez para ver el templo (que se llama
Senso-ji) nos fuimos a comer a un sitio que conocía José Alberto y que estuvo
fenomenal. Era de estilo tradicional, nos tuvimos que quitar los zapatos para
entrar, y luego las mesas eran bajas, para comer como si estuvieras sentado en
el suelo, pero debajo de las mesas había unos agujeros en los que meter las
piernas, así que estabas sentado normal tan a gusto.
Después
de comer nos acercamos al río, a ver el edificio de Asahi y la
Sky Tree, que no la habían inaugurado
todavía. El Ru quiso ir a una tienda que había al otro lado del río, pero no
pudo ser.
Al
terminar aquí nos acercamos al hotel a vestirnos de romanos. Como había gente
que quería bordarse un cinto paramos en Ayase, que pillaba casi de camino.
Anduvimos un poco justos de tiempo, pero ese día Hatsumi se retrasó y no
tuvimos problemas. Tanto es así que Juan Alfonso, aprovechando su legendaria
velocidad, se acercó a la papelería a comprar rollo para que luego no los
pintaran. Este día estuve entrenando con el chofer de Hatsumi, y me lo pasé
estupendamente. Fue todo un honor.
Y
ya de vuelta para casa, tras hora y media de tren…
Ya sé que el resumen de este día no es para tirar cohetes, pero no dio para más...
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